Es interesante observar cómo ya casi no se necesitan docentes, sino psicólogos, psicopedagogos, terapeutas ocupacionales, educadores diferenciales. ¿Saben por qué sucede esto? La respuesta es muy simple: porque la educación se ha psicologizado. En nombre del respeto por la emocionalidad del estudiante, muchas veces se ha desautorizado la figura del maestro o del padre. Se teme corregir, frustrar o exigir, como si toda forma de límite fuera una agresión. Sin embargo, la autoridad no es enemiga del desarrollo emocional, sino una condición necesaria para él. Sin autoridad, no hay contención; sin límites, no hay aprendizaje. La educación moderna ha promovido con fuerza los derechos del estudiante, lo cual es justo y necesario. Pero ha descuidado su formación en el deber, en la corresponsabilidad, en la ética del compromiso. El resultado: estudiantes que exigen ser escuchados, pero no se sienten obligados a escuchar; que piden respeto, pero no saben darlo; que buscan protección, pero rechazan la corrección. Muchas conductas normales del crecimiento —rebeldía, frustración, aburrimiento, desinterés— han sido leídas como síntomas clínicos. Esto ha llevado a etiquetar y medicalizar a niños y jóvenes que necesitan más bien formación, exigencia y contención. Se ha debilitado la idea del carácter, reemplazándola por diagnósticos que a veces despojan al estudiante de su propia capacidad de superación.
Caminos para revertir la crisis:
1. Restaurar el valor de la autoridad formativa
Los maestros y padres deben recuperar su autoridad, no desde el autoritarismo, sino desde la coherencia, el ejemplo, la firmeza y el compromiso. El maestro debe ser reconocido como un guía moral, no solo como un mediador emocional.
2. Equilibrar derechos y deberes
La escuela debe enseñar explícitamente los deberes del estudiante, y no solo mencionarlos de forma simbólica. Respeto, esfuerzo, colaboración, responsabilidad y compromiso deben formar parte del currículo y la evaluación.
3. Educar en el carácter y la voluntad
Más allá de los enfoques psicologicistas, necesitamos volver a formar en virtudes: la fortaleza ante la frustración, la empatía ante el conflicto, la honestidad como base de la convivencia. Esto se enseña en la práctica cotidiana, en el ejemplo adulto, y en una comunidad educativa coherente.
4. Ubicar la psicología en su justo lugar
La psicología debe estar al servicio de la educación, no reemplazarla. El profesional del área psicoeducativa debe acompañar, orientar y aportar, sin suplantar la tarea pedagógica ni invalidar al docente. Se necesita una alianza, no una subordinación de la pedagogía.
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